El 14 de febrero de 1971, san Josemaría escribió una pequeña anotación, una ficha, que decía: "Entre las rosas besar la Cruz."
Cuando se siente el pinchazo
Cuando los cristianos lo pasamos mal, es porque no damos a esta vida todo su sentido divino. Donde la mano siente el pinchazo de las espinas, los ojos descubren un ramo de rosas espléndidas, llenas de aroma.
Via Crucis, Sexta estación, p. 6
¿Te lamentas?... y me explicas como si tuvieras la razón: ¡un pinchazo!... ¡Otro!... —¿Pero no te haces cargo de que es tonto sorprenderse de que haya espinas entre las rosas?
Me convenció aquel sacerdote amigo nuestro. Me hablaba de su labor apostólica, y me aseguraba que no hay ocupaciones poco importantes. Debajo de este campo cuajado de rosas —decía—, se esconde el esfuerzo silencioso de tantas almas que, con su trabajo y oración, con su oración y trabajo, han conseguido del Cielo un raudal de lluvias de la gracia, que todo lo fecunda.
Señal del camino verdadero
Ese camino es muy difícil, te ha dicho. Y, al oírlo, has asentido ufano, recordando aquello de que la Cruz es la señal cierta del camino verdadero... Pero tu amigo se ha fijado sólo en la parte áspera del sendero, sin tener en cuenta la promesa de Jesús: “mi yugo es suave”. Recuérdaselo, porque —quizá cuando lo sepa— se entregará.
No basta ser bueno: has de parecerlo. ¿Qué dirías de un rosal que no produjera más que espinas?
La llamada del Señor —la vocación— se presenta siempre así: “si alguno quiere venir detrás de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. Sí: la vocación exige renuncia, sacrificio. Pero ¡qué gustoso resulta el sacrificio —«gaudium cum pace», alegría y paz—, si la renuncia es completa!
El cristiano triunfa siempre desde la Cruz, desde su propia renuncia, porque deja que actúe la Omnipotencia divina.
Distintivo del cristiano
¿La Cruz sobre tu pecho?... —Bien. Pero... la Cruz sobre tus hombros, la Cruz en tu carne, la Cruz en tu inteligencia. —Así vivirás por Cristo, con Cristo y en Cristo: solamente así serás apóstol.
Cuando veas una pobre Cruz de palo, sola, despreciable y sin valor... y sin Crucifijo, no olvides que esa Cruz es tu Cruz: la de cada día, la escondida, sin brillo y sin consuelo..., que está esperando el Crucifijo que le falta: y ese Crucifijo has de ser tú.
Déjame que, como hasta ahora, te siga hablando en confidencia: me basta tener delante de mí un Crucifijo, para no atreverme a hablar de mis sufrimientos... Y no me importa añadir que he sufrido mucho, siempre con alegría.
Amor real
Un pinchazo. —Y otro. Y otro. —¡Súfrelos, hombre! ¿No ves que eres tan chico que solamente puedes ofrecer en tu vida —en tu caminito— esas pequeñas cruces?
Además, fíjate: una cruz sobre otra —un pinchazo..., y otro..., ¡qué gran montón! Al final, niño, has sabido hacer una cosa grandísima: Amar.
Me has preguntado si tengo cruz. Y te he respondido que sí, que nosotros siempre tenemos Cruz. —Pero una Cruz gloriosa, sello divino, garantía de la autenticidad de ser hijos de Dios. Por eso, siempre caminamos felices con la Cruz.