La sonrisa y la alegría

Sonreír porque Dios sonríe, sonreír porque con mis defectos soy cómico, sonreír porque los demás lo necesitan. Son las tres sonrisas que deben caracterizar a un cristiano.

Artículo de Carlo de Marchi, Vicario del Opus Dei para el Centro-Sur de Italia.

“No se puede anunciar el Evangelio con cara de funeral". La provocación de Papa Francisco no es una broma casual, y la idea de que los cristianos no deben mostrarse tristes no es nueva: "¡Deberían cantarme cantos mejores, para que yo me decida a creer en su Salvador! ¡Sería necesario que sus discípulos tuvieran más aspecto de gente salvada!", decía Nietzsche.

Pero ¿cómo ser capaces de sonreír cuando las preocupaciones, el trabajo, los pequeños contratiempos y los grandes dolores son tan frecuentes en la vida?

La primera sonrisa es la fundamental: "Sonríe el que está en los Cielos", dice la Biblia. Y aún: "La alegría del Señor es vuestra fuerza". Es la sonrisa de Dios. La alegría con la cual el Creador contempla a cada una de sus criaturas deben ser el fundamento sólido de la serenidad y de la paz de cada uno de nosotros.

¿Pero no puede ser irreverente pensar que Dios, el Señor del Universo, sonría? "Dios debe amarnos tanto más cuanto más le hagamos reír", dice un personaje creado por Ray Bradbury. "Nunca había pensado al Señor como a un humorista", le responde alguien. La respuesta es inmediata: "¿El Creador del ornitorrinco, del camello, del avestruz y del hombre? ¡Oh, venga ya!".

La segunda sonrisa es aquella con la cual me miro a mí mismo. Sin perder de vista mi humanidad, mis límites, que no son necesariamente defectos y no deben ser tomados demasiado en serio. Mi Creador me quiere así, como soy, porque si me hubiera querido diferente, me hubiera hecho diferente.

"Saber ver el aspecto divertido de la vida y su dimensión alegre, sin tomarse todo de forma trágica -dijo una vez Benedicto XVI-, es algo muy importante, diría que necesario, para mi ministerio. Un escritor dijo que los ángeles pueden volar porque no se toman demasiado en serio. Y nosotros quizá podríamos volar un poco más si no nos diéramos tanta importancia".

Sonreír es un acto de humildad, quiere decir que me acepto a mí mismo y a mi modo de ser, permaneciendo allí donde estoy con santa paz. Sin tomarme muy en serio, porque "la seriedad no es una virtud. Quizá sea una herejía decir que la seriedad es un vicio, pero al menos es una herejía inteligente. Hay realmente una tendencia (una especie de decadencia) natural a tomarse en serio, porque es la actitud más fácil de vivir. La solemnidad es propia de los hombres que no se quieren esforzar; en cambio, una carcajada exige entusiasmo. Es fácil ser tristes, y es difícil ser ligeros. Satanás cayó por la fuerza de la gravedad" (Chesterton).

La tercera sonrisa es consecuencia de las dos anteriores. Es la sonrisa con la cual acojo a las demás personas, especialmente a aquellas con las que vivo y trabajo. Monstrándoles afecto y sin dar demasiada importancia a posibles errores o roces. Con rostro alegre, Madre Teresa de Calcuta, al recibir el Premio Nobel sorprendió al público al hacerles esta sugerencia: "Sonreíd unos a los otros, dedicad tiempo para estar junto a vuestras familias. Sonreíros mutuamente".

"El vestido, la sonrisa y el modo de caminar revelan cómo es cada hombre", dice el libro de la Sabiduría.

La sonrisa puede ser verdaderamente ese signo que permita a los demás reconocer a un cristiano.