“Oye, ¿sabes que eso de rezar funciona?”

Luis Ayllón es periodista de un diario nacional en España. Especialista en asuntos de política exterior, su trabajo le ha llevado a viajar a un centenar de países en los últimos años, siguiendo a las autoridades en sus desplazamientos oficiales o para asistir a distintos eventos internacionales.

En el avión oficial, camino de Yemen, junto a unos compañeros.

Con un trabajo que obliga a viajar tanto y a países tan diversos no debe resultar fácil vivir de manera coherente la fe cristiana.

Como en cualquier trabajo, hay que procurar adaptarse a él. No siempre estoy fuera de Madrid, y menos ahora, que ha bajado el ritmo de viajes, pero es cuestión de prever las cosas con tiempo. Además, la experiencia adquirida a lo largo de los años siempre ayuda, para poder cumplir con el trabajo y, a la vez, mantener el trato con Dios. Las horas de vuelo o las esperas en los aeropuertos también se pueden aprovechar para hacer un rato de oración, por ejemplo.

En el avión oficial, camino de Yemen, junto a unos compañeros.

En algunos países, se supone que puede resultar complicado asistir diariamente a Misa.

He de reconocer que mi Ángel Custodio se ha portado muy bien a la hora de facilitarme las cosas para asistir a Misa, incluso en lugares dónde puede resultar un poco más complicado, como algunos países de mayoría musulmana.

Algunas personas con las  que realizado esos viajes saben que procuro asistir a Misa, y en ocasiones me han preguntado dónde podían ir. Así ha ocurrido con varios compañeros y también con alguna de las autoridades que iban en esos viajes. Una vez una de ellas me comentó en un país africano: “Tendremos que ir a misa mañana, que es domingo”. Como ya había estado antes en ese país, le dije a qué hora se celebraba la Misa y al día siguiente a primera hora de la mañana, nos encontramos en la puerta del hotel, junto con otro de sus colaboradores, para ir a la iglesia, antes de que empezara la actividad oficial.

Cabecera del blog de Luis Ayllón, sobre política internacional, que publica en su periódico.

¿A tus colegas de profesión les sorprende tu vida cristiana?

Como es lógico, el trato más frecuente lo tengo con los compañeros de profesión que viajan conmigo. Nuestra relación es muy estrecha y continua. Aunque las personas que viajan van cambiando, la mayoría sabe que soy agregado del Opus Dei y se muestran muy respetuosos.

A veces, alguno que me ha visto salir temprano del hotel y me ha preguntado a dónde iba, al responderle que a Misa, tras una primera sorpresa, ha decido apuntarse también. Muchos han comprendido que, pese a estar fuera de su lugar habitual de residencia, también pueden encontrar una iglesia en otros países y acudir a ello, haciendo un pequeño esfuerzo.

Entre los periodistas ¿es habitual encontrar personas que se preocupan por vivir su fe?

Naturalmente. Incluso más de lo que piensa la gente. A veces no resulta fácil, porque los horarios, la necesidad de ir en grupo a determinados actos por motivos de seguridad o de organización, las muchas horas de vuelo con cambios de hora, las dificultades de las conexiones, etcétera, lo dificultan. Pero quien se empeña en vivir su fe puede hacerlo y no sólo asistiendo a Misa, sino también siendo buenos compañeros y ayudando a los demás para que puedan hacer mejor su trabajo. Y durante los viajes suele haber muchas ocasiones para esto.

Algún amigo, muy curtido en informaciones en conflictos bélicos, suele buscar siempre una iglesia para rezar unos momentos en ella, incluso en países donde las circunstancias son muy difíciles. Cuando coincidimos en algún viaje, quedamos para ir juntos a Misa, ya estemos en Copenhague, en Londres, en Riga o en Berlín, y aunque a veces la noche se haya prolongado porque terminamos cenando tarde, como consecuencia de los horarios de trabajo.

Con tantas horas conviviendo, siempre habrá ocasión para entablar amistad con algunos colegas que se declaran agnósticos…

Sí, claro. Y con muchos tengo una gran amistad, basada en el respeto mutuo de nuestras ideas. Tengo reciente aún el caso de un compañero de otro medio de comunicación, con quien compartí muchos viajes, ruedas de prensa, comidas y tiempos de espera, lo que nos dio oportunidad de hablar mucho y de muchas cosas. Hace unos años, por una serie de desgracias concatenadas, falleció. Antes de su entierro, se organizó una ceremonia no religiosa, con intervenciones de compañeros y amigos. Como su mujer sabía de nuestra amistad, me pidió que hablará yo en nombre del grupo de periodistas que solíamos viajar con su marido. Cuando me tocó hablar, recordé sus virtudes humanas, su lealtad, su profesionalidad y cómo siempre habíamos conversado exponiendo nuestras ideas y respetando las del otro. Además, dije que, desde mi fe, estaba convencido de que Dios, que sabe más que nosotros, tendría en cuenta esas virtudes. Al terminar, varias personas, vinieron a  agradecerme que hubiera hablado de Dios, e incluso algún compañero periodista, que se declaró también agnóstico, me dijo que le había gustado mucho el cariño con el que había hablado de nuestro difunto colega y que hubiera actuado de manera coherente con lo que pensaba.

Puedo recordar también a otro periodista con quien viajé en numerosas ocasiones y que ya se ha jubilado tras recorrer medio mundo. Cuando comencé este tipo de trabajo, era para mí una figura profesional a la que admiraba. Luego, se convirtió en un gran amigo y seguimos manteniendo nuestra relación. Como es un excelente conversador, podíamos pasar horas charlando de lo humano y de lo divino, en un avión rumbo a Nicaragua, paseando por el malecón de La Habana o cruzando la inmensa plaza de Tienanmen en Pekín. Cuando le detectaron un cáncer le dije que rezaría por él. Me lo agradeció. Al cabo de un tiempo el cáncer remitió y Pepe me dijo, entusiasmado: “Oye, ¿sabes que eso de rezar funciona?”.

En medio de ese trabajo, ¿ha tenido ocasión de tratar también a personas del mundo político?

Sí, aunque muchas veces resulta difícil mantener conversaciones particulares con tranquilidad. Recuerdo que, hace algunos años, una persona que formaba parte del Gobierno y con quien tenía mucho contacto, enfermó de gravedad. Le envíe la carta apostólica “Salvifici Doloris” de Juan Pablo II y un tarjetón en el que le decía que le encomendaba a través de la intercesión de San Josemaría. Me respondió con otro tarjetón, dándome las gracias y diciendo que, en esos momentos, ese tipo de cartas son las que más se agradecen.

Y, ¿con gente de otros países?

También, aunque la presencia en los lugares de destino suele ser limitada, tres o cuatro días a lo sumo. Aún así, en algunos países donde no hay labor de la Obra, a veces se presenta la oportunidad de dejar información a una persona o de facilitarle algún libro. En ocasiones, si los viajes a ese país se han repetido, he podido mantener un contacto más intenso. Así me pasó en Cuba, con una persona muy conocida por su lucha por las libertades y que, desde muy joven fue acosada por el régimen, por ser consecuente con su fe cristiana. Le dejé algunos libros de San Josemaría y me comentó que uno de ellos lo tenía como libro de cabecera.